Abrazos al Aire y EAI: Trauma en Niños Pequeños Durante la Pandemia

marzo 17, 2021

Childhood-TraumaEl COVID-19 cerró una gran parte de las vidas de los niños cuando obligó la clausura de muchos de nuestros centros preescolares. Aparte de ser lugares donde los niños aprenden, los centros preescolares proveen oportunidades a los niños para formar amistades y desarrollar sus habilidades socioemocionales. Los centros preescolares también brindan a ciertos niños un refugio de vidas familiares problemáticas, y los problemas que enfrentan muchos niños en el hogar han empeorado durante la crisis del COVID. Durante el último año, la pérdida de empleos, las presiones financieras y las órdenes de resguardarse en casa, conjuntamente han puesto en tensión la vida familiar en general.

Estas dificultades podrían perjudicar la salud mental de los niños porque las experiencias adversas en la infancia (EAI) causan estrés tóxico en los cerebros en desarrollo. Y eso tiene preocupados a los defensores de los niños. “Ya que el impacto de los casos de enfermedades graves causados por el COVID-19 ha sido relativamente menor, puede haber un sentido falso de que nada malo les está sucediendo a los niños,” dijo Jack Shonkoff, director del Centro del Niño en Desarrollo, de la Universidad de Harvard. “En realidad, el estrés que experimentan sus familias tiene un efecto enorme en muchos, muchos niños.”

El COVID-19 está traumatizando a niños a nivel nacional. Y su impacto ha sido aún mayor entre niños que ya estaban bajo estrés. Las familias de bajos ingresos y vulnerables, que típicamente ya enfrentaban dificultades para sufragar los costos de sus necesidades básicas—alimentos, vivienda, transporte y educación—han enfrentado dificultades todavía mayores. Los niños con padres cuya primera lengua no es el inglés pueden estar luchando con la educación virtual en casa. Las personas de color tienen un riesgo mayor de contraer el COVID-19, así que más de sus niños han visto a miembros de sus familias enfermarse, o fallecer de la enfermedad.

El último año ha puesto en primera plana a estas inequidades mientras que imágenes alarmantes han llenado las pantallas de nuestros televisores. Aparte de la pandemia, hemos visto imágenes graficas de violencia policíaca y las protestas que siguieron el homicidio de George Floyd, un hombre negro desarmado. Muchos niños han visto y han oído hablar de estos eventos alarmantes, y sus respuestas pueden variar según las reacciones de los adultos en su alrededor. Si los padres o cuidadores son relativamente calmos y reconfortantes, pueden ayudar a los niños a ser resilientes. Pero si los adultos se sienten abrumados por sus sentimientos de angustia y tristeza, hallarán difícil darles a los niños la tranquilidad que necesitan.

Y es difícil satisfacer las necesidades de los niños cuando las necesidades de uno mismo no están siendo satisfechos, según la madre de dos niños pequeños. Ella recuerda como corrió “a velocidad máxima hacia la ansiedad y la depresión” mientras permanecía en casa, escuchando noticias sobre el COVID-19 y las muertes de personas negras desarmadas. “Mientras más tiempo pasaba encerrado en casa, más aterrador era hablar con cualquier adulto que no era mi marido o mi madre,” dijo ella en retrospectiva. “Mientras que todo me abrumaba, el mayor reto era tratar de estar presente para mis niños mientras lidiaba con mi nuevo estado de constante temor e irritabilidad. Mi niño de cuatro años siempre ha sido hablador, pero de repente me empezó a frustrar su balbuceo y su curiosidad, mientras me volvía impaciente con la incapacidad de mi hija de un año de comunicarme sus necesidades.”

El hecho de perder el cuidado infantil que normalmente recibía había aumentado el estrés de esta madre, recordó ella. Y una queja similar vino de una esposa militar agotada, cuyo marido estaba desplegado cuando cayó la pandemia. El cierre del programa de cuidado infantil de sus hijos le hizo imposible lograr un balance entre su vida familiar y su trabajo, recordaba ella angustiada. “Terminé perdiendo ese puesto porque era realmente difícil cuidar mis dos niños e ir a una oficina, y finalmente tratar de trabajar más horas desde la casa, porque mi trabajo es bastante demandante. No diría necesariamente que estaba deprimida, pero me encontraba muy estresada y nerviosa.”

También lo están muchos padres en los EEUU, según una encuesta nacional publicada por el American Academy of Pediatrics (Academia Americana de Pediatría) el pasado otoño. Desde marzo del 2020, 27 porciento de los padres reportaban que había sufrido su salud mental y el comportamiento de sus niños había empeorado. Ellos atribuían estos problemas familiares a la inseguridad alimentaria, la pérdida del seguro de salud financiado por sus empleadores y el cierre de su programa de cuidado infantil. “Estos retos no solamente perjudican a los adultos,” dijo Tania María Caballero, una profesora de pediatría de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. “Ya que limitan la capacidad de una familia de apoyar adecuadamente a sus niños, están bastante entrelazados con la salud mental de un niño.”

Los niños pequeños pueden no tener el lenguaje para describir el estrés que sienten, pero lo pueden demostrar a través de su comportamiento. Algunos niños podrían tener pensamientos o pesadillas asustadoras que expresan mediante dibujos. Ellos pueden volverse ansiosos al ser separados de sus cuidadores. Algunos pueden exhibir comportamientos, como orinarse en la cama o no poder dormir, que previamente habían superado. Otros pueden actuar de manera tonta, comportarse de una manera más infantil de lo que corresponde a su edad, o estallar en un berrinche. Y estos momentos de tristeza preescolar complican los retos enfrentados por los programas de cuidado infantil durante la crisis actual.

Nacionalmente, muchos programas de cuidado infantil que lograron sobrevivir la suspensión de sus actividades, ahora están tratando de abrir sus puertas. Los que no cerraron permanentemente enfrentan una abundancia de reglamentos estrictos que requieren limpiar incesantemente y mantener las pertenencias de los niños en la escuela o centro. En muchos casos, los padres no pueden entrar a las instalaciones de un centro, y deben entregar sus niños en la puerta delantera—o hasta comprometerse con enviar su niño a un centro sin haberlo visto por dentro. Además, los centros ya no pueden servir las comidas al estilo familiar, una modalidad que fomenta un sentido de comunidad y cercanía.

Los nuevos requisitos también significan que los centros deben sacrificar algunos de los componentes básicos de la infancia temprana, como explorar su mundo mediante el tacto, o aprender a compartir juguetes con amigos. En un centro en Utah, por ejemplo, los niños mayores usan mascarillas y aprenden a “caminar como momias,” con sus brazos hacia adelante, para evitar acercarse al niño delante de ellos. En un centro preescolar en Arizona, los niños hacen “brazos de avión” al caminar en fila para dejar más espacio entre ellos. Y hasta se desalientan los abrazos, según recientes recomendaciones del Child Development Associate® Credential Advisory Committee (Comisión Consultiva de la Credencial Asociado en Desarrollo Infantil®). Los educadores infantiles que pertenecen al comité han recomendado a sus colegas “enseñarles a los niños a dar abrazos al aire, abrazar un oso de peluche, o abrazarse a sí mismos.”

Algunos expertos opinan que las recomendaciones como estas pueden reflejar la cautela excesiva en los centros que sirvieron los niños de trabajadores esenciales cuando la pandemia había llegado a su nivel máximo. Pero a la larga no son prácticos, según Susan Hedges, directora de evaluación y garantía de calidad en la National Association for the Education of Young Children (Asociación Nacional para la Educación de Niños Pequeños). “No se le puede decir a un niño de tres años que no abrace a sus amigos, o que no esté con un amigo. Es malo para ellos, es malo para su salud socioemocional, y sencillamente no es factible.”

Los niños son muy dependientes de sus conexiones sociales, así que deben sentirse mejores cuando nuestros centros y programas preescolares no tienen que hacer cumplir estos reglamentos onerosos, aun cuando sean necesarios. Pero eso por si solo no asegurará que los niños estarán saludables y aprendiendo después de luchar con los impactos del COVID. Cuando la pandemia ha pasado, también tendremos que responder a las secuelas del trauma, especialmente entre los niños más desfavorecidos. La pandemia ha resaltado la presencia de grandes inequidades sociales, y los educadores infantiles no las pueden rectificar sin recibir apoyo.

Mas bien, debemos aprovechar recursos de toda la comunidad para ayudar a los niños pequeños mediante la ayuda a los miembros de sus familias. Es probable que las tensiones y presiones que han experimentado muchas familias incrementen su riesgo de desarrollar problemas de salud mental, tanto ahora como en el futuro. Los expertos en trauma infantil ya han visto de primera mano el impacto de las dificultades provocadas por el COVID. El aumento súbito en EAI ha revelado las grandes inequidades detrás de la pandemia actual. Y explican tragedias como aquella sufrida por una familia el año pasado. La madre se encontraba internada en la Unidad de Cuidados Intensivos, padeciendo de COVID-19, y su marido también estaba gravemente enfermo con el virus. No obstante, él permaneció en casa para cuidar a sus niños y luchaba desesperadamente para atender a las necesidades de su hogar.

Como la pandemia ha alborotado la vida para familias como esta, la gente dice que quisieran que todo volviera a la normalidad. “Pero la vida normal no era muy gran cosa para la mayoría de las personas en nuestro país. Queremos que la vida normal sea mejor,” dijo la fundadora de ACESs Connection (Conexión EAI), Jane Stevens. Por cierto, la ciencia de las EAI se enfoca en las adversidades enfrentadas por cada niño individual. Pero la pandemia y el empuje renovado hacia la justicia racial han demostrado la necesidad de soluciones sociales amplias para el trauma infantil, explicó Stevens. Una gran parte del estrés que sienten nuestros niños viene del estrés que experimentan sus comunidades y familias. La salud mental de nuestros niños depende de la salud mental de los adultos que los cuidan.

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