Las escuelas son microcosmos del mundo que existe afuera de sus paredes. Los factores como raza, cultura, clase y género sientan las bases para lo que sucede en nuestras escuelas al interactuar los aprendices de diferentes grupos. Los conflictos que pueden surgir hacen más difícil crear un sentido de comunidad en los salones de clase. Y la comunidad es importante si queremos lograr la equidad en la educación y el progreso para todos. Así que, ¿cómo es que nuestros maestros pueden superar el impacto de una cultura dominante que con demasiada frecuencia valora más a las personas de piel clara que las personas de color, a los ricos más que a los pobres, los hábiles más que los discapacitados y a lo conocido más que lo diferente? La mejor forma de hacer esto es fomentar la empatía en los niños cuando aún están pequeños.
Los niños pequeños son mucho más empáticos por naturaleza que lo que solemos creer. Los bebés tan pequeños como 14 meses pueden mostrar señales de este rasgo, como expresar su preocupación por un padre lastimado o alterado. Cuando los niños llegan a ser toddlers, ya son observadores experimentados de las personas, y saben lo que les hace reír o llorar. Quieren estar con otros niños y se preguntan sobre aquellos que parecen ser diferentes. Esta sensación de interés en otros es el primer paso hacia la construcción de puentes. El camino adelante involucra el trabajo diario de enseñarles a los niños a escuchar a lo que dicen otros y responder de una forma amable y preocupada.
Frecuentemente, los padres no pueden hacer esto a solas, ya que las familias conforman unidades pequeñas y fuertemente unidas del mundo diverso. Además, los padres suelen amar a sus hijos preciosos, así que no pueden ser jueces imparciales de cómo sus niños tratan a las otras personas. Claro, ellos pueden transmitir lecciones generales como “Tus acciones tienen consecuencias” y “No debes hacerles daño a otras personas.” No obstante, la mayoría de los padres no pueden ver a sus hijos con ojos imparciales y no los tratan igual que otros niños. El trabajo de enseñar a los niños cómo conectarse con aquellos que son diferentes les corresponde a otros adultos que tienen contacto diario con aprendices pequeños: nuestros maestros de temprana infancia.
La comunidad tiene su inicio en el salón de clases de temprana infancia. Para la mayoría de los niños pequeños, integrarse a una clase en un programa de cuidado y educación infantil en un hogar, o en un centro preescolar, es su primer paso activo hacia una estructura social fuera de la familia. La visión de comunidad que provee el salón de clases de temprana infancia puede orientar las ideas de un niño sobre la equidad y la cooperación durante toda su vida. Y hay oportunidades diarias para enseñar a los niños a construir puentes a través de lo que sucede en nuestros ambientes de temprana infancia.
Tome por ejemplo la construcción con bloques. Los niños obtienen carácter y destrezas sociales vitales cuando ellos juegan en grupo y deben compartir un número limitado de bloques. Ellos deben tomar responsabilidad por su propia área de juego y pensar en su seguridad y la de sus amigos. Deben tomar turnos, compartir ideas y decidir sobre la división del trabajo. Y ya que cada sesión de construcción con bloques no es exitosa, los niños obtienen lecciones de vida sobre la tolerancia y la frustración cuando los bloques se desploman.
El juego con bloques, igual que con mucho de lo que sucede en un salón de clases de temprana infancia, se lleva a cabo en grupos pequeños. Trabajar estrechamente con sus compañeros da a los niños la oportunidad de expresarse mientras consultan con otros y trabajan de manera colaborador. Esto puede conducir a un escenario social donde las emociones se desbocan y donde el dar y tomar siempre están en juego. Es la vida real al nivel preescolar.
Y los educadores de temprana infancia tienen un papel central en ayudar a los niños a interactuar de una forma que fomenta la comunicación y cooperación. Incluye establecer reglas básicas como no correr en el salón de clases, velar por la seguridad de todos los miembros del grupo y usar palabras en vez de puños para resolver disputas. Y lo más importante es crear una cultura de cuidado basado en cómo se sienten los otros niños.
Ese es objetivo de la “mesa de paz” que frecuentemente se ve en los salones de clase Montessori. Cuando dos niños se pelean, los maestros los llevan a la mesa, un lugar tranquilo que se reserva para la resolución de conflictos. En el camino, un maestro fija el tono preguntando a los niños qué pasó y diciendo que no se están comportando de una manera segura. Entonces el maestro hace que los niños hagan algunas preguntas entre sí: ¿Qué pasó? ¿Cómo te sientes? Y lo más importante: ¿Cómo puedo hacer que te sientas mejor?
Las mesas de paz ayudan a reemplazar los gritos y golpes con ondas positivas. Y los maestros también tienen un número de otras formas de ayudar a los niños a “desarrollar destrezas prosociales, formar amistades y tratarse entre ellos con respeto, bondad y compasión,” tal como lo señala el Concilio en Fundamentos para Trabajar con Niños Pequeños. Los maestros pueden organizar proyectos para grupos, como hacer un dibujo con tiza en la acera, tomar turnos al comer un almuerzo picnic al aire libre, o convertir una caja de plástico en una cabaña. Ellos pueden modelar lo que deben decir los niños para expresar su interés en jugar con otros. Y pueden apoyar a los niños que tienen dificultades en formar amistades o no son aceptados por otros niños. “Nadie se beneficia de ser rechazado o excluido,” como lo señala Fundamentos, “no importa cómo se hayan comportado.”
Cuando los niños parecen portarse mal, pueden en cambio estar demostrando el impacto de su cultura. Y nosotros podemos observar nuevamente el juego con bloques para ver cómo el mundo exterior da forma a lo que sucede en nuestros ambientes de temprana infancia. Por ejemplo, algunas familias suelen usar comandos implícitos, tales como “Juanito, por favor puedes guardar los bloques.” Por lo tanto, los niños de estas familias saben que un maestro les está diciendo que tienen que guardar los bloques. Entretanto, los niños de otras familias pueden interpretar a esta solicitud de otra forma, ya que, en su cultura, las solicitudes de los adultos suelen tomar una forma más explícita, como “Juanito, guarda los bloques.” Así que estos niños no se están portando mal cuando interpretan el comando implícito de su maestro como una elección sobre guardar los bloques o no. Están reflejando la cultura de sus hogares.
La cultura también define la cantidad de espacio personal que tranquiliza a los niños cuando están trabajando juntos con bloques o participando en otras actividades grupales como la hora del círculo o el juego dramático. En algunas culturas, los niños se sienten cómodos al jugar muy cerca el uno al otro. En otras, les puede parecer que el espacio es muy estrecho y conducir a los niños a golpear o empujar a un compañero que parece estar demasiado cerca. Por lo tanto, los maestros necesitan encontrar formas de ayudar a los niños a percibir las necesidades de sus compañeros, estar en sintonía con sus reacciones y comprender que todos somos partes pequeñas de un mundo grande y diverso.
Fomentar la empatía en el salón de clases de temprana infancia también es asunto de enseñar a los niños a valorar los atributos especiales, las experiencias y las ideas de cada uno—un objetivo del juego dramático, según Fundamentos. Este libro explica que “El juego dramático ayuda a los niños a entender y a experimentar con diferentes roles sociales, considerar las necesidades de otros, y apreciar las perspectivas diferentes.” Y los maestros tienen un papel central en ayudar a los niños a ver que ellos son actores en un escenario muy amplio, dice Tina Malti, una profesora de sicología y autora de un informe sobre intervenciones en las escuelas para promover la empatía en los niños. “Cada salón de clases es un microcosmos. Y cada niño en ese salón de clases tiene distintas capacidades o necesidades mentales. Si usted no mira a las diferentes necesidades, usted pierde la oportunidad de promover la empatía de la mejor forma posible.”
Los niños están listos para aprender esta destreza de vida cuando llegan al salón de clases de temprana infancia. También deben estar listos nuestros maestros. Y prepararlos para satisfacer las necesidades de niños con antecedentes diversos requiere más que incrementar los requisitos para cursos multiculturales. Este conocimiento de contenido, aunque es fundamental, sólo adquiere significado cuando los maestros hacen un esfuerzo comprometido para fomentar la comunidad en sus salones de clases. Así que necesitan considerar su forma de pensar sobre raza, cultura, clase y género—todas esas fuerzas sociales que inciden en los ambientes de temprana infancia. Esto significa reflexionar sobre sus presuposiciones, hablar con sus pares sobre su comportamiento hacia otros, y pulir constantemente sus propias destrezas sociales.
Los maestros de temprana infancia, igual que los pequeños aprendices que sirven, traen su equipaje cultural al salón de clases. Ellos necesitan examinar cualquier prejuicio que pudieran tener, y tomar pasos deliberados para evitar transmitirlo a los niños. Los maestros tienen que mirar dentro de sí mismos y ver cómo ellos, también, han sido formados por el mundo exterior. Este tipo de autorreflexión les puede ayudar en la promoción de una cultura pacífica de respeto entre los ciudadanos del mundo de mañana.
Es una meta muy alta, así que es mejor empezar cuando los niños pequeños aún están aprendiendo cómo deben tratar a las otras personas. Ese es el momento para ayudar a los niños a interiorizar aquello que nos une y a respetar lo que nos separa. Aunque nuestros niños llegan a los salones de clase de temprana infancia con antecedentes diversos, los maestros pueden difundir un pegamento social que se queda con los niños mientras ellos crecen. El salón de clases de temprana infancia puede fijar el escenario para el progreso en el futuro, al ser un lugar seguro, lleno de empatía y compasión—una parte esencial de la equidad en el aprendizaje temprano, tal como lo señala el Concilio. Sabemos que las lecciones de vida que transmiten los educadores de temprana infancia en el microcosmos del salón de clases pueden tener un impacto macro al conducir a un mundo más amable y bondadoso, Y la mejor forma de alcanzar este sueño es comenzar con lo pequeño.